viernes, 23 de mayo de 2008
EL EMBATE DE LA IZQUIERDA
Subsidios para semillas, abonos, reproductores, embriones, cercos, turismo rural, desmalezado, viviendas, techumbres, píldoras surtidas; eso y mucho más a través de organismos estatales y municipales, casi todos fuera del control efectivo de nadie. El Gobierno gasta el año 2008 entre 35 mil y 40 mil millones de dólares y, hace 17 años, seis mil millones. Lo del Mineduc es, más que nada, elefantiasis.
Durante los años 2006 y 2007, el Gobierno hizo todo cuanto pudo por menoscabar la libertad de enseñanza. ¿Alguien recuerda la discusión sobre el plebiscito planteado por “La Moneda”? Seguramente muy pocos, pero tenía que ver con el control estatal de la educación. La reforma de la educación fue un impulso descarado por ampliar el Mineduc en poderes y en gasto. Afortunadamente se logró frustrar.
Lo anterior es otra manera de decir que hay una tremenda batalla en curso: los amigos de la libertad que tantas veces la usamos mal, versus los enemigos de la libertad. No sacamos nada con hacernos los distraídos, concentrados cada cual en “lo mío”, que puede ir desde lo más sublime hasta lo más torpe: la religión, la filosofía, la enseñanza, la música, la lectura, la familia, el deporte, el trabajo, los negocios, etcétera. Todo eso es bueno, pero no basta.
Es tiempo de que los sectores sensatos de nuestra sociedad adviertan que desde las alturas se está dirigiendo un proceso de estatización y dependencia gradual de la vida personal y asociativa. Hay variantes respecto al crudo intento totalizante de los años sesenta, pero el objeto final es el mismo: crear una sociedad atomizada, de seres dependientes, no uno respecto del otro en medio de una comunidad, sino respecto de entes estatales o paraestatales, individuos fácilmente dirigibles, sin un marco de referencia como los que permiten las realidades profundas de patria, escuela, religión y familia.
La izquierda conduce, solapada pero consistentemente, una política que socava la libertad en los negocios, en la acción estatal y en la vida individual, pero fomentando al mismo tiempo la licencia para disimular el intento. El Estado como lugar de la corrupción, actuando de la mano con fuerzas omnipotentes pero sin cara ni nombre.
El modo que adopta la izquierda para el siglo XXI es distinto, ya se dijo, del de los años 60. Sin embargo, los resortes, palancas y temas son los mismos. Pasamos del paraíso estaliniano al “Mundo Feliz” de Huxley, del totalitarismo crudo a la atmósfera blanda propia de una fórmula más sutil, más suave. La sociedad, todos sus intersticios, infiltrada por un líquido amniótico tóxico, cuidadosamente combinado.
A pesar de las variaciones secundarias, los temas de fondo son recurrentes: destrucción de la moralidad comúnmente aceptada, recurso a “la calle” para intimidar al adversario, denuncia de la política y de sus estructuras institucionales como “instrumentos de opresión”, veneración del Estado y de la palanca estatal para forzar el retorno nostálgico a recetas hasta poco tiempo atrás descartadas. A propósito de estas tendencias, me permito citar la frase “el mercado es cruel”. Lástima que nadie recordara en la ocasión las crueldades cometidas por un Estado emancipado, a diestra y siniestra.
Me permito ofrecer una conclusión: la política está cargada de significado muchas veces escondido deliberadamente, otras escamoteado por comodidad. Ese es el encargo que tenemos: restituir su significado a la política, sacudir a los regalones y mercaderes para que comprendan que en Chile no llevamos una inercia positiva, que estamos girando a cuenta, que el sistema requiere de mucha gente valiosa que se moleste por la cosa pública, que estén dispuestos a salir de “lo suyo”, que arriesguen algo y dejen de quejarse y de escapar.
Por Carlos Larrain Peña.
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